Es sorprendente cómo todo causa sorpresa y revuelo en mí. La poca pertenencia que tengo hacia todo. Me invento anclas para no moverme y nunca resultan. Bajo del viejo barco para acudir al nuevo. Los aviones coludidos con lo supremo del cielo me hurtan entre sus fauces. Las reencarnaciones se suceden una a otra como el día a la noche. Extraño los viejos trenes que recorrían mi amado país: Rusia. Cuando me trepaba en ellos y tenía una chaqueta vieja un mendrugo de pan y unos cuantos kopeks en el bolsillo. Tanto frío provocaba que me bastara con abrazarme a mí mismo para ser feliz. Tantos paisajes tantas mujeres y hombres. Tantas piernas entrelazadas tantos vientres a punto de reventar. Rostros y más rostros se adhieren al peso al paso de mi existencia. A cada vida extraño mis cigarros mis puros mis pipas que voy regalando a quienes me han acompañado o me acompañan. En cada vida voy identificando a quienes antes conocí. Casi nadie me recuerda. Cuando me voy recuerdan. Pero no aquella vida en la que nos compartimos tanto sino esta, en la cual me ha tocado ir de puerta en puerta a beber unos tragos de vodka reales o imaginarios para después ser arrojado como un perro. Ya no me temen. Ya no los persigo. Observo sus tristes derrengadas o alegres vidas en las que siempre falto. Cuando me ausento el humo de mi tabaco invisible queda. Cubre sus alfombras sus pisos sus libros sus camas sus recuerdos que vienen de otras vidas que no recuerdan. No soy la que miran ni el trasero que patean. Quienes todavía me persiguen ya no deben preocuparse. Ya no creo en las revoluciones porque nada hay para revolucionar. Entrelazar los brazos al cuerpo del viaje. Al cuero de las maletas que llevo en el tacto. Ahora vivo en el horario ruso de nuevo. Rusia me reinventa en México. Lo único que me acerca a este país es el tequila. Se parece al vodka. No apago las velas porque moriría un marinero. Francia me canta al oído. Soy un viejo europeo que ha pretendido ser americano. Amo América y su Torre de Babel. Hice bien en dejar que ganaran los americanos. Su alma es tan grande como su territorio. Son tan parecidos América y Rusia que bendigo su lucha y amor que intercambian. Quien sabe expandir su territorio sabe alargar su corazón. Pero el idioma que más sigo amando, es el francés. Siglo tras siglo sigo ensayándolo recordando las calles de París la Picardía y todos los sueños besos arrancados a cada cuerpo a cada boca me incendian. Danzo en la piel de Ámsterdam. Cuerpo amado de mi Patria eterna. En Holanda una vez me desnudé y mi piel sabe que en esta vida lo volveré a hacer. Ya Extraño, de Nuevo, a Holanda. Los pocos kopeks que tengo entre mis faldas alcanzan para viajar al mundo. Julio Verne se reía cuando le contaba esto. Ochenta días entonces te bastarán para cruzar el mundo... y bien sabe que no son ochenta, sino ocho. Su amor por México me hizo acudir a esta tierra. Considero que no llegué en el mejor momento de este país. Eso tiene sus buenas consecuencias: dejar las revoluciones. Decidí no abandonar la Poesía que me ha perseguido durante varias vidas. Bueno, en realidad sí lo he intentado, Julio lo sabe. No ese Julio, sino Cortázar. Entre Julios te veas. El Teatro también ha sido otra constante que tampoco he podido arrancar, ni pretendo hacerlo. Añoro las conversaciones extrañas e inteligentes que a través de los siglos se han ido extendiendo. Cada vez tienen más miedo las bocas o los cerebros de hablar lo no debido o de estar en el filo de lo correcto. Quizá, de no ser queridos. Como si tantos en estos tiempos, supieran querer. Casi en ningún tiempo la gente sabe, de verdad, querer. Presiento a Julio de nuevo. Sé que pronto llegará a mi vida. No el de Rayuela, sino el de los Viajes. Y entonces sí. Volverán las conversaciones abiertas y llenas de flores como las flores que en una mano carga ese hombre que se eleva en su tumba. Y sin miedo hablaremos de los sucesos que sobrevendrán en cien doscientos quinientos o mil años. La cotidianeidad se refugia en sus años de vivos o en lo poco que ven en periódicos noticieros o el mundo cibernético. Poco a poco veo abrirse expandirse el nuevo Hombre el nuevo pensamiento, los seres integrales a elevarse de nuevo, y extraño a Verne para discutirlo. Porque con él todo es discusión. Conocimiento, exploración. Ya es hora de que regrese, de que venga a conversar, a reír conmigo de los ocho días. En esta vida aún no lo conozco. Pero lo presiento. Así es él. Siempre se anuncia con anticipación para no asustarme, y sólo: SORPRENDERME. Le gusta, en cada vida, causar la primera sopresa que yo causé en él. Sonrío, sonrío de nuevo. Algo, algo hicimos bien.
No hay comentarios:
Publicar un comentario