lunes, 3 de febrero de 2014

Carmen Mondragón o Nahui Olin retorna al punto de partida




Mi nombre es como el de todas las cosas: sin principio ni fin, y sin embargo sin aislarme de la totalidad por mi evolución distinta en ese conjunto infinito, las palabras más cercanas a nombrarme son NAHUI-OLIN. Nombre cosmogónico, la fuerza, el poder de movimiento que irradian luz, vida y fuerza. En azteca, el poder que tiene el sol de mover el conjunto que abarca su sistema, pero, sin embargo hace siglos que existe mi substancia sin nombre alguno va evolucionando y hace siglos y ahora mismo que no tengo nombre y voy marchando sin descanso alguno en un tiempo sin fin y soy en una faz distinta el sin principio ni fin de todas las cosas.
Carmen Mondragón

La primera vez que escuché hablar de Carmen Mondragón, fue cuando estudiaba teatro y asistí a una reunión de los que entonces eran mis compañeros y un chico que me parecía un tanto alocado me dijo: “te pareces a Nahui Olin” y quienes estaban allí asintieron. Para mí esto no significó insulto o alabanza. Me quedé disparatada, como era, pensando en que yo siempre me parecía a alguien o alguien a mí. Sólo pensé: “Qué poco original soy”  en otra ocasión ya me habían dicho que me parecía a “Mariana” el personaje de la novela autobiográfica “Testimonios sobre Mariana” de Elena Garro y tampoco conocía a Elena cuando me lo dijeron. Así que algo muy bueno descubrí después de cada comparación. Me puse a investigar a Nahui, buscar una fotografía… y al verla era absurdo pensar que me parecía a ella. Con esos ojos tan hermosos y tan verdes. Antes comprobé que tampoco me parecía físicamente a Garro. Así que probablemente los demás veían en mí una locura extraña, o quizá un toque de olvido. Algo me insinuaba el destino con cada comparación y poco a poco lo desentrañaba. Decidí que no quería ser como ellas. No quería terminar mis días sin creer en nadie.
Con sorpresa descubrí que estuvo casada con Manuel Rodríguez Lozano, un pintor al que siempre admiré. Tal parece que Carmen en cierto momento descubrió que Rodríguez era un homosexual reprimido que soltó amarras al estar en Europa. Se había casado con ella por ” las apariencias” y habían tenido un hijo. Al cual, dicen, ella ahogó cuando era muy pequeño. Quizá allí detonó su piedra de locura. Siendo como era hija de un general, debe haber sido mucho lo que peleó para convertirse en la mujer que fue. Nunca le permitieron divorciarse de Manuel. Carmen al final de sus días vagaba por el centro de la Ciudad de México y decía que era la dueña del sol.



Carmen Mondragón nació en la Ciudad de México en 1893. Gran parte de su formación la vivió en Francia. Por órdenes de Porfirio Díaz su padre radicó por un tiempo en Europa. Carmen nació del sol y llegó para iluminar una época oscura. Ahora vemos como un tiempo muy luminoso el muralismo, como unos años llenos de talentos y mujeres provocadoras: Frida Kahlo, Tina Modotti, Guadalupe Marín, María Izquierdo, Antonieta Rivas Mercado, entre otras. Pero si la sociedad actual aún es absurdamente machista, el sólo imaginar cómo fue para ellas me estremece. Quizá por eso tanto Frida como Nahui crearon un sin número de autorretratos. No era posible conocerse en medio de tanto oscurantismo. A las mujeres que tienen diversos amantes y se desnudan para posar en fotos o pinturas las llaman locas, putas, zorras, exhibicionistas. Tal parece que no se puede romper con los atavismos eternos y se les debe conceder el título de loca a las mujeres que van en contra de lo estipulado. Lo cual es absurdo. Como si no pudiera existir la posibilidad de ser mujeres y personas. Sólo mujeres y putas o mujeres y locas. Tal parece que las costumbres se han vuelto livianas pero la lengua de las sociedades sigue siendo viperina. A Carmen se le atribuyen innumerables amoríos entre los que destaca puntualmente el que vivió con el pintor y escritor Gerardo Murillo a quien Leopoldo Lugones bautizó como Dr. “Atl” (agua). Murillo, a su vez, nombró por primera vez a Mondragón como Nahui Ollin.




Según cuentan algunos estudiosos de las culturas prehispánicas el símbolo “ollin” fue el último de los soles cosmogónicos que vivieron los antiguos mexicanos llamado “nahui ollin” y su representación más detallada se encuentra en la piedra del sol. También dicen cosas como esta:
“La palabra ollin, nombre del decimoséptimo signo de los días, abarca todos los sentidos de la noción de movimiento o movimiento perpetuo traducible también por “terremoto” o “temblor”. En su etimología muestra que en un sentido primario el moverse se concibe en relación a los movimientos de la tierra y a lo humano. La raíz ol de la que se deriva ollin, está también contenida en las voces nahuas correspondientes a “pelota” y “hule”, por lo que ollin expresa ya siempre el sentido de “moverse en redondo”, acción en la que el objeto retorna al punto de partida. (un ciclo)”.
Carmen firmaba “Olin” lo cual aparentemente no significa nada, puesto que el símbolo es “Ollin”. Pero ella siempre vivió con el significado de las cosas y no con los nombres que se eligieron para denominarlas. Olin es el eterno movimiento, el temblor que retorna, el volcán en eterna erupción.
Murillo estudió vulcanología. Es reconocido como paisajista y fueron los volcanes uno de sus principales temas a pintar. En Mondragón reconoció la fuerza que los volcanes pueden manifestar a través de lo humano y se entrelazaron a través de los cuerpos con la fuerza que estos elementos poseen. A veces el fuego pretendía acabar con todo, y el agua terminó por inundarlos.
La pintura de Mondragón fue clasificada como “naif” y su obra poética no es muy conocida. Así que algunos dicen que sólo fue “una mujer sensual y atrevida que se desnudó”. Carmen no sólo rompió con lo establecido sino que conectó con su ser interno y le permitió fluir. Amó, detestó, vivió relaciones tormentosas como la que tuvo con el “Dr. Atl”. Se dice que cuando vivieron en el ex convento de La Merced Nahui armó escándalos terribles por celos. La posesión únicamente se entiende cuando es masculina. Cuando es una fémina la que se atreve a ser dueña del cuerpo con el cual experimenta placer, es una desenfrenada que no entiende de libertades. A Olin era imposible contenerla. En las fotografías para las que posó podemos admirar su cuerpo lumínico y sus ojos de lámpara aguzada. Se desdobla. Podemos mirarla mientras ella nos ve. Al final de su romance, Carmen le escribe a Murillo:



“Odio a los cobardes como tú porque yo soy franca, sincera, brutal como to
do lo que es grande, como todo lo que es único”
Y esa mujer única y grande tendría su declive al encontrarse con el hombre que nombran como su último amante conocido, el capitán de barco Eugenio Agacino y Martínez, que tal parece murió en el mar. Por fin se ahogaba Carmen Mondragón. A los diez años, escribió:
“Soy un ser incomprendido que se ahoga en el volcán de pasiones, de creaciones que no pueden contenerse en mi seno, y por eso estoy destinada a morir de amor, del único amor para el cual mi alma fue creada a soportar y para el que debo ser la vestal más fiel en mi templo sagrado de amor. ¿Pero qué es lo que digo? Soy dichosa y no lo soy: ¿Por qué no lo soy? No soy feliz porque la vida no ha sido hecha para mí, porque soy una llama devorada por sí misma que nada puede apagarla, porque no he vivido con libertad la vida privándome de los derechos a saborear los placeres, siendo destinada a ser vendida, como las esclavas en otros tiempos, a un marido. Protesto, a pesar de mi edad, por quien está bajo la tutela de los padres.
—Pero ¿para qué ser tan comprensiva, tanto, si se me obliga a vivir primero bajo la tutela rigurosa de mis padres y luego bajo la de un marido? Así, la mujer se convierte en un problema social bien resuelto para la conveniencia de los gobiernos y de las costumbres.
—¿Por qué la libertad o la ilusión fueron creadas para cualquier hombre o ser viviente y pensante? Si yo no tengo derecho a ellas, ¿por qué he sido creada consciente de lo que me pertenece?”






Después de la muerte de Agacino comenzó a vagar. Fue maestra de dibujo en una escuela primaria, murmuran que se prostituyó y que era “el fantasma del Correo Mayor”. Vivió hasta sus últimos años en una casa vieja que le heredaron. Cuentan que sus cobijas estaban conformadas con las pieles de sus gatos muertos. Cual Penélope las cosía. Esperando, quizá, que retornara Eugenio… o sus gatos. Seguramente seguía conversando con ellos al dormir.
Olin publicó cinco libros (tres poemarios, un ensayo de carácter filosófico y un libro de apuntes y reflexiones científicas), fue caricaturista y pintora. En el 2012 apareció un libro donde compilan su obra: “Nahui Olin. Sin principio ni fin”. La autora, Patricia Rosas Lopátegui (curiosamente también publicó un libro sobre Elena Garro) nos dice: “una de las escritoras y artistas más importantes de la vanguardia mexicana, quien rompió con los parámetros patriarcales, artísticos y literarios en los años 20 y 30, dejándonos una amplia y brillante producción poética, prosística, epistolar, pictórica y fotográfica, esta última como modelo de por lo menos, dos de los fotógrafos más relevantes de su época: el estadunidense Edward Weston y el mexicano Antonio Garduño”. Aún no he leído los libros publicados por Lopátegui pero las coincidencias me harán leerlos.
Carmen Mondragón murió en la Ciudad de México a los 84 años en el año 1978. Es una de las artistas más interesantes de México puesto que en un país en el que las apariencias son lo fundamental y el engaño es lo cotidiano, sorprende al ser tan brutal describiendo a las mujeres:
“BAJO LA MORTAJA DE NIEVE DUERME LA IZTATZIHUATL EN SU INERCIA DE MUERTE”
Bajo la mortaja de leyes humanas, duerme la masa mundial de mujeres, en silencio eterno, en inercia de muerte, y bajo la mortaja de nieve
son la Iztatzihuatl,
en su belleza impasible,
en su masa enorme,
en su boca sellada
por nieves perpetuas,
por leyes humanas.
Mas dentro de la enorme mole, que aparentemente duerme, y sólo belleza revela a los ojos humanos, existe una fuerza dinámica que acumula de instante en instante una potencia tremenda de rebeldías, que pondrán en actividad su alma encerrada, en nieves perpetuas, en leyes humanas de feroz tiranía. —Y la mortaja fría de la Iztatzihuatl se tornará en los atardeceres en manto teñido de sangre roja, en grito intenso de libertad, pues bajo frío y cruel aprisionamiento ahogaron su voz; pero su espíritu de independiente fuerza, no conoce leyes, ni admite que puedan existir para regirlo o sujetarlo bajo la mortaja de nieve en que duerme la Iztatzihuatl en su inercia de muerte, en sus nieves perpetuas.
Nahui Olin era visionaria. Sabía, al igual que Rimbaud, que las mujeres acumularían rebeldías que las harían estallar. Arthur nos dice en su segunda carta del vidente:
Cuando se rompa la infinita servidumbre de la mujer, cuando viva por ella y para ella, cuando el hombre, — hasta ahora abominable, — le haya dado la remisión, ¡también ella será poeta! ¡La mujer hará sus hallazgos en lo desconocido!. 
Rimbaud moría (1891) y Carmen nacía (1893). Mondragón se adelantó a su época. Tenía que ser Ollin para moverse en redondo y llegar hasta el ciclo que ahora cierra mientras se abre.
Carmen Mondragón poseía una sabiduría natural:
“Es el colmo de la impotencia humana aislar las cosas y ponerles un número, un nombre cuando siempre has existido sin saber ellas mismas cómo se llaman, porque no hay número, no hay nombre que pueda contar, llamar el infinito, el cosmos, pero son los humanos siempre mediocres exploradores de ellos mismos que saben que los elementos, las fuerzas, las cosas, los seres y ellos mismos existían y existirán en la terrible totalidad sin nombre, sin número. ¿Acaso el mundo, la tierra dejaba de existir, los seres de vivir sin medidas, nombres o leyes? No, todo en el fondo es y será siempre lo que fue lo que es en evolución continua. Qué me importan las leyes, la sociedad, si dentro de mí hay un reino donde yo sola soy y por más que hicieran, nunca llegarían a imponer un tráfico en mi reino y sólo superficialmente y eventualmente, tendré que traficar entre los imbéciles gobiernos como quien compra un boleto de camión para transitar en mi período de transición. Todo siempre ha existido sin nombre conocido o desconocido, sin estar numerado en un archivo y nada puede interrumpir esa evolución”.
Y cuánta razón tenía. Nahui Olin evoluciona en las postreras generaciones y entre cada mujer que se sabe infinita.


Tanya Cosío
Guadalajara, Jalisco, México.
Septiembre del 2013.