PEYOTE
Es extraño ver cómo se sorprenden ante la indiferencia con los pueblos indígenas. Es una alarma que ya lleva siglos sonando y tal parece necesitarían que cada uno de los hablantes de lenguas indígenas fueran una ambulancia en sí mismos para ser escuchados. El castigo que impregna nuestras vértebras quizá sea el español no asimilado, el indígena que tampoco asimilamos en cada uno de nosotros. La invisible conquista que se sigue perpetrando. Que nos obliga a la violencia, a derramar sangre sin impunidad puesto que somos un pueblo que no ha sabido mirarse en ningún espejo. No sé cómo detener esto. Desafortunadamente much@s de nosotr@s tenemos ínfulas de dioses diosas pero no lo somos y eso nos hace tan vulnerables y tan oprimidos ante todo lo que nos rodea. Por supuesto que existe la opción de viajar hacia otro país o sitio más benéfico para nuestros huesos. Eso me debilita aún más porque me conduce hacia la pregunta: el intelecto, el conocimiento, para qué sirve. Mejor arrojarse a la impunidad de la ignorancia total. Ya decía Sor Juana que era mejor hacer escuelas para ignorar puesto que eran más los que ignoraban que los que conocían. Por supuesto me sumo a los que ignoran. Pero desearía ignorar un poquito más y quizá eso me concedería una beatífica felicidad, que probablemente ante otros ojos resultaría vergonzosa; pero que para mi salud mental económica o física orgánica sería saludable, o podría vivir tranquila en algún estadío del ser físico emocional síquico o corporal. Quizá ignorar los diversos planos, me tendría quieta. Mi alma salta mi ánima mi espíritu o mis sueños, visiones. Soy un peyote. Sé que toda la Humanidad vive en mí y yo en ella. Y que cada ser vivo o muerto conformamos la habitación del Todo. Respeto a la Tierra puesto que de ella provengo. Respeto la ignorancia puesto que querría vivir inmersa en ella. Respeto el conocimiento puesto que querría dedicar enteramente cuerpo y espíritu a él. Sino fuera un Peyote, podría consumir peyote, para alucinar y quedarme quieta. O fumar opio para quedarme quieta. O si creyera en los beneficios de la Muerte, podría suicidarme. Pero como somos parte de un Todo, bien sé que no hay escapatoria ni atajos. En esa ignorancia radicaría mi felicidad. Esa es la ignorancia que no poseo. Ignoro tanto y de tantas cosas que aún no sé por qué no puedo ignorarlo todo. Sé del Todo y sin embargo no lo conozco todo, y eso me hace recordar que también quisiera conocerlo todo. He nadado entre la Nada, la percibo, pero tampoco puedo vivir quieta en ella. He sido el Cíclope y Ulises gritando Nadie. Ni todo lo ignoro ni todo lo conozco. Eso me provoca danzar desde las vértebras de Tierra Cielo Fuego y Agua.
Es extraño ver cómo se sorprenden ante la indiferencia con los pueblos indígenas. Es una alarma que ya lleva siglos sonando y tal parece necesitarían que cada uno de los hablantes de lenguas indígenas fueran una ambulancia en sí mismos para ser escuchados. El castigo que impregna nuestras vértebras quizá sea el español no asimilado, el indígena que tampoco asimilamos en cada uno de nosotros. La invisible conquista que se sigue perpetrando. Que nos obliga a la violencia, a derramar sangre sin impunidad puesto que somos un pueblo que no ha sabido mirarse en ningún espejo. No sé cómo detener esto. Desafortunadamente much@s de nosotr@s tenemos ínfulas de dioses diosas pero no lo somos y eso nos hace tan vulnerables y tan oprimidos ante todo lo que nos rodea. Por supuesto que existe la opción de viajar hacia otro país o sitio más benéfico para nuestros huesos. Eso me debilita aún más porque me conduce hacia la pregunta: el intelecto, el conocimiento, para qué sirve. Mejor arrojarse a la impunidad de la ignorancia total. Ya decía Sor Juana que era mejor hacer escuelas para ignorar puesto que eran más los que ignoraban que los que conocían. Por supuesto me sumo a los que ignoran. Pero desearía ignorar un poquito más y quizá eso me concedería una beatífica felicidad, que probablemente ante otros ojos resultaría vergonzosa; pero que para mi salud mental económica o física orgánica sería saludable, o podría vivir tranquila en algún estadío del ser físico emocional síquico o corporal. Quizá ignorar los diversos planos, me tendría quieta. Mi alma salta mi ánima mi espíritu o mis sueños, visiones. Soy un peyote. Sé que toda la Humanidad vive en mí y yo en ella. Y que cada ser vivo o muerto conformamos la habitación del Todo. Respeto a la Tierra puesto que de ella provengo. Respeto la ignorancia puesto que querría vivir inmersa en ella. Respeto el conocimiento puesto que querría dedicar enteramente cuerpo y espíritu a él. Sino fuera un Peyote, podría consumir peyote, para alucinar y quedarme quieta. O fumar opio para quedarme quieta. O si creyera en los beneficios de la Muerte, podría suicidarme. Pero como somos parte de un Todo, bien sé que no hay escapatoria ni atajos. En esa ignorancia radicaría mi felicidad. Esa es la ignorancia que no poseo. Ignoro tanto y de tantas cosas que aún no sé por qué no puedo ignorarlo todo. Sé del Todo y sin embargo no lo conozco todo, y eso me hace recordar que también quisiera conocerlo todo. He nadado entre la Nada, la percibo, pero tampoco puedo vivir quieta en ella. He sido el Cíclope y Ulises gritando Nadie. Ni todo lo ignoro ni todo lo conozco. Eso me provoca danzar desde las vértebras de Tierra Cielo Fuego y Agua.
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