sábado, 5 de enero de 2013

La brizna de hierba te recuerda la eternidad

A veces unas ganas endiabladas de morirse. De dejar todo, de pelear o de continuar con la condena y la felicidad de estar vivos. De pensar que fuimos hechos de huesos para que esos huesos se desbarataran. Ser un cúmulo de vísceras y encantos que se perfilan para la tumba. A veces azotar a todo lo que te rodea por su perversa necesidad de que te hundas, te des por vencido, descubras que naciste para eso: para morir. Llenarte de lugares comunes, patear las verdades absolutas de los "grandes" de los que en su momento ocupan los titulares y se llevan los laudos. De los que todo lo hacen bien, hasta vivir. Cuando uno ha sido la piedra donde se tropieza, el cordel, la equivocación máxima de la humanidad y se ha arrastrado por pasillos violentos de la oscuridad más nata, de la rebeldía más pura y más decantada entonces dan ganas de asesinarlo todo en derredor. Concluir con la tarea de exploración humana y dejarse llevar por los hilos aéreos de la eternidad. Y con unas ganas endemoniadas de vivir, así sea como personaje de Dostoyevsky, te aferras a lo VIVO y vives porque así debe ser y tienes que ser una forma más de VIDA que mostrarle al mundo y acariciar hasta a los animales más ferozmente humanos y cantar bajo un cielo tibio cuajado de estrellas que te recuerdan la belleza del continuar con todos los sentidos para mirar lo que bajo sobre y entre planetas labora. La necesidad imperiosa de contarlo cantarlo todo, hasta la más frágil ala del más minúsculo insecto que pueda barruntar entre la tierra. Y sabes que todo lo comprendes, que todo lo has sabido por anticipado pero que vivir era un presagio al que no podías renunciar. Y te abrazas en todas las dimensiones en las que estás por nacer, en las que has crecido y donde has muerto. Todo es un nudo irresuelto, todo es un principio y fin del que no te puedes desanudar y tus impulsos primarios o cultivados ya no existen has desaparecido bajo el influjo del peso humano que se conforma en existencia y te miras a los ojos por primera vez como si hubieras dejado de existir. Pero existes. Y te miras. Contemplas tus manos enredadas entre los hilos del destino. Y te conviertes en la que eras la que fuiste la que serás la que nunca has sido y nadie te puede ver porque nadie sabe de los cambios del alma y de su repicar eterno. Ante la vacuidad, decides ser quien coloque una nueva piedra un nuevo telescopio bajo el cual, pueda mirarse LA VIDA.