viernes, 30 de octubre de 2009

Penélope rompe la tradición

No vuelvas, Odiseo

te suplico

Tu discreta Penélope.

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Claribel Alegría

para Claribel Alegría

Penélope descubrió que estaba sola cuando soñó una gran mancha de sangre a su lado. Entonces se inscribió a yoga, pilates, talleres de lectura y redacción. Quiso aprender a nadar pero no lo logró. En sus primeras clases desesperaba al instructor a pesar de que estaba enamorado de ella. El cual, por cierto, se llamaba Ulises. Se acostumbraron a su extraña presencia. Pagó un año por adelantado. Inició sumergiendo el dedo gordo del pie izquierdo hasta llegar al tobillo. En diez clases lo consiguió. Miraba a los demás practicando nado de mariposa, croll, ranas, lanzándose en clavados estrepitosos y risueños. Logró sumergir el pie derecho hasta el tobillo. Con sus dos piernas semisumergidas elevaba el agua en un ir y venir ancestral. Un muchacho, cuando no estaba ocupado nadando de extremo a extremo, la miraba. Se habían acostumbrado a aquel salpicar de agua sobre su rostro y cuerpo de mujer. Un día Penélope, cansada de sólo sentir el agua, se hundió en ella hasta sentir el piso de la alberca. El muchacho la cargó entre sus brazos, le dio respiración de boca a boca. Penélope se aferró a sus labios besándolo con una desesperación que lo hizo sangrar. Incorporándose, descubrió la masa informe que conformaban instructor y alumnos. Algunas disimulaban sonrisas. ¿De dónde había salido tanta gente?. Sorprendida al descubrir cómo descendían agua, sangre, y quizá una lágrima, le preguntó su nombre: "Ulises". Salió corriendo y no regresó. Se resignó a ahogarse algún día. Aprendió a utilizar la computadora de Odiseo. Se agregó a todos los grupos que le fue posible. Chateaba con todo aquel que la buscara. Todos se llamaban Ulises. Y también todos tenían que sacar una nueva cuenta con otro nombre si querían chatear con ella. Escuchaba su iPod y lloraba con el canto de las sirenas. Imaginaba a su mancha de sangre viviendo entre cerdos. Esta imagen la torturaba: una linda cerdita convirtiéndolo en cerdito. Su desesperación día a día se convertía en una ola gigantesca que la perseguía para hundirla en las playas que nunca había conocido. Decidió visitar todas las plazas y monumentos, todos los parques y bares. En los sitios más extraños o conocidos, se llamaban Ulises. Enloquecida se encerró en su habitación por tres días en ayuno completo. Quería librarse de esas imágenes:

la mancha de sangre los lindos cerditos

Se convirtió en una experta onanista. Era como si tejiera con su cuerpo una mortaja interminable. Vagidos, silencios, aullidos. La servidumbre había aprendido a no molestarla. Como los monitos: no veían, no oían y sí callaban. Perdió la noción de los días, no sabía si esos tres días habían parido cien o trescientos o mil. Un día de entre todos esos días que seguían pariéndose y pareciéndose a sí mismos, Penélope detuvo su loca carrera desenfrenada de conejo blanco para mirarse en un espejo. En aquel que había comprado en una de sus fugas a tiendas de antiguedades. Lleno de luces, iluminado por dentro y por fuera. ¡Una reliquia! lo habían traído de Ítaca. Asustada, miró su rostro... ¿era suyo? estaba cubriéndose de miles de pequeñas telarañas. Salió como aquel rayo que alguna vez vio destrozar a un árbol frente a sus ojos. Saltó sobre todos los Ulises que alrededor de su casa se apostaban con la vana esperanza de seguir sus pasos o terminar con su ayuno. Los apartó como si fueran ratas que le mordían el vestido. Eran arañas que querían subirse sobre la telaraña en la que se convertía. Reconoció el centro comercial. Observó detenidamente un lugar, recordó cómo el rostro de él se había transfigurado, se había iluminado. Entró como si la hubieran asesinado. Traspasó el umbral y se refractó, convirtiéndose en un arcoiris de fuego. Se acercó a un amable y lindísimo muchacho que la contemplaba arrobado. Solicitó información pero hacía tiempo que no hablaba. No sabía cómo formular sus preguntas. Empezó a masturbarse. La gente la miró escandalizada. El muchacho comprendió que quería algo sin escalas. Terminó de un golpe su tortuosa masturbación al mirar el gafete que colgaba como un hueso al lado de la corbata: Ulises... agencia de viajes Circe. Le solicitó un viaje redondo a Cuba. No se atrevió a pedirle a Ulises, el muchacho de la agencia, el viaje que quería: un boleto sencillo.

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