domingo, 11 de octubre de 2009

HILDEGARD VON BINGEN (1098-1179)

La forma más inteligente que han concebido las diversas religiones en el mundo para deshacerse de la búsqueda del conocimiento es a través de los seres que han acudido a esta purificación o búsqueda de armonía ya que se les canoniza o se les aparta del vulgo como si esta cualidad fuese privativa de seres reconocidos o iluminados. Como si el común denominador de quienes poblamos el mundo en sus diversas épocas no pudiéramos acceder a este conocimiento, encuentro o búsqueda. En el caso particular de Hildegard von Bingen es una buena forma de apartar a las mujeres. A Hildegard hasta donde tengo entendido no se le ha canonizado. A pesar de que se le conoce como una santa. Pero no es posible que la iglesia católica avale el pensamiento de una mujer que veía el acto sexual no sólo como una forma de preservar a la humanidad a través del parto sino como una unión espiritual. Hildegard también se atrevió a decir que Eva no había pecado, exculpó a las mujeres de la ya muy antigua carga de pecar. Pero lo hizo hace mil años. Habló de que Dios tenía características femeninas en un tiempo en que la característica principal de una mujer era la obediencia, la sumisión. La imposición de un mundo hecho a imagen y semejanza no de Dios sino del hombre visto como condición de género. Es agotador que en países como el nuestro aún perviva la supremacía del hombre y aún seamos contempladas como objetos bajo la mirada del hombre-depredador que ve en nuestros cuerpos sólo la forma de saciar la carga de testosterona. Han llegado hasta a victimizarse debido a que son seres visuales y no pueden dejar de mirar. Ante estos embates es necesario invocar-evocar a Hildegard. Además de recordar que no sólo los santos son proclives a la iluminación, que en estos mismos momentos en diversos lugares del mundo hay y habrá seres en apariencia oscuros puesto que no brotan a los anuncios luminosos ni los transmiten por televisión ni aparecen en internet o periódicos y tampoco dan conferencias ni recorren pasillos universitarios y sin embargo allí están. Como la flor más bella del universo que no por no ser vista por nuestros ojos deja de existir. Las mujeres no necesitamos ser santas ni sibilas para recibir los mismos dones que Dios destinó a los géneros. No aceptaremos que extraigan de una sola carne y de un solo nombre todo el contenido que como seres femeninos poseemos en general. Algunas crean, otras filosofan o procrean. Todas caminamos por las calles de nuestras ciudades o pueblos buscando respuestas, recibiendo al sol como si fuera nuestro hálito de vida. Hay mucho de Hildegard von Bingen en cada una de las mujeres que actualmente poblamos el mundo. Es momento de recordarla y agradecer que no la hayan canonizado, que la dejen entre nosotras, que siga siendo una mujer, y no una santa.

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