La vida común no se me da. Ni la común de una creadora, artista, poeta, escritora, actriz o gente de teatro. Ni la común de una mujer tercermundista. Ni la de un ser humano con la piel en este mundo. Intento e intento e intento encajar. Estoy Fuera. Me aferro creyendo que a mí no me colocaron ese muro del que habla Kavafis pero cada vez me lo confirman con mayor fuerza. No se me da nada. No porque no sea común seguramente soy muy común en muchos aspectos, por supuesto. Pero dentro de la minoría de lo común. NO los entiendo: no entiendo sus formas de amar de ningún bando, ni del común ni del no común, ni su concepción de la amistad, ni de los autos y dineros y tarjetas y camionetas de lujo. Ni sus operaciones ni su colágeno en los labios para agrandarlos ni toda esa masa fácil flotando en sus senos ni sus cremas y sus peinados y sus perfumes y sus palabras ni sus golpes ni sus violencias ni sus ganas de matarse o sus ganas de morirse de hambre por una idea, razón sin razón o por el arte. Tampoco entiendo sus deseos de destacar de ninguno de los bandos. No los entiendo y cada vez me entiendo menos en esta vida que tampoco puedo dejar de entender. La naturaleza lo ha creado todo para el gozo y los seres humanos lo crean todo para el sufrimiento. No los entiendo, no las entiendo. ¡QUÉ GOZO SERÍA SER EL ÁRBOL QUE EN SU IMPACIENCIA POR NO MOVERSE SÓLO ESCUCHA!. La imposibilidad del habla. Creo que he dejado de comunicarme. Quizá sólo la poesía, el escribir y el teatro serán las únicas palomas mensajeras que me ceñirán al mundo. Percibo cómo me voy alejando como si fuera un papalote o un globo de esos que los niños envían a Dios pidiéndole les cumpla sus deseos. He dejado de desear y ahora lo deseo todo. He dejado de esperar y ahora me convierto en una piedra quieta, añeja, que permite que el mar lime sus asperezas. Lo cotidiano a veces es tan álgido como la cola de un marrano perpetrando a un violador. No me doy margaritas. Me otorgo perlas.
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