miércoles, 29 de septiembre de 2010

San Cristóbal, Las Casas, Tierra Mixe, Pueblos Indígenas, Zapatistas, Sylvia Plath, las palabras, mi vida, los caminos, y todas las digresiones posibles e imposibles

 Antes de la llegada de los conquistadores españoles, el actual valle de San Cristóbal era conocido como Hueyzacatlán que en náhuatl significa “junto al zacate grande”. El 31 de marzo de 1528, el conquistador español Diego de Mazariegos fundó en dicho valle la Villa Real de Chiapas; el 21 de junio de 1529, a petición de Juan Enríquez de Guzmán, se le cambió la denominación por la de Villa Viciosa; el 11 de septiembre de 1531, por acuerdo de Cabildo, se le cambió el nombre por el de Villa de San Cristóbal de los Llanos; el 7 de julio de 1536, se le cambió el nombre por el de Ciudad Real; el 27 de julio de 1829, se le modificó la denominación por la de Ciudad de San Cristóbal. El 31 de mayo de 1848, se le agregó el apellido Las Casas, quedando como San Cristóbal de Las Casas; el 9 de agosto de 1892, se trasladó de allí definitivamente la capital del estado a la ciudad de Tuxtla Gutiérrez; el 13 de febrero de 1934, se le modificó el nombre de San Cristóbal de Las Casas por Ciudad Las Casas; el 4 de noviembre de 1943 se le restituyó su nombre anterior, quedando desde entonces como San Cristóbal de Las Casas, en honor a fray Bartolomé de Las Casas, protector de los indios. 
Por causas extrañas y bien fundadas he venido a parar de nuevo a esta ciudad. He recorrido sus calles mientras el agua me cubría de pies a cabeza, de cabeza a pies o de orillas a orillas y de años a  segundos. He recogido los murmullos de mis días sobre la piel de estas construcciones, adoquines y silencios. Recuerdo la primera vez que llegué para irme a territorio zapatista, donde conocí al Sup, a Tacho, a milicianos y familiares en lo que era La Realidad. Llegué animadísima porque por fin sabía lo que era "La Realidad". Combatí con ferocidad por estos sueños que no eran sueños sino simplemente: realidades. Al año siguiente regresé con gente de la huelga de la UNAM. Algunos de mis amig@s ya habían estado presos a raíz de la huelga. Los muros de mi país ya no eran los mismos. Mi propósito era suicidarme, me propusieron matrimonio y como yo pensaba matarme, pues era otra forma de hacerlo. Lo dije, en juego, y me reí mucho. Pero al final terminó siendo verdad. Me casé con un revolucionario pa cambiar al mundo y no sólo no lo cambié sino que casi se me iba, ahora sí, la vida en ello. Nunca he entendido a los hombres de izquierdas (muchos) que golpean a sus mujeres. Creí que nunca me sucedería, pero me sucedió. En fin, soy una estadística más. El hecho de haber sido violentada logró que me enamorara de la vida. Así que algo de bueno tuvo ese matrimonio, esos golpes y esa violencia. Además ya viví mi Praga comunista. Ahora descubro que también era una formación marxista la que seguía, no era un matrimonio normal. Bueno, sería difícil que algo en mí aconteciera normal. Pero seguí preceptos, quería ser "una buena revolucionaria". Fui también su perro de caza. Azuzada por sus corajes y sus odios me lanzaba con sus palabras contra todo aquell@ que se moviera de una forma diferente a la que él planteaba. Entonces yo, buena alumna, combatía contra los molinos de viento... pero con un enojo que no era digno de ningún Quijote. Me quedé a vivir años aquí. Vine por un fin de semana o para suicidarme y me quedé a vivir. Realmente la ciudad me trató muy bien, me abrieron sus puertas y corazones muchos seres maravillosos con los cuales aún deseo seguir compartiendo la vida. La  revolución se convirtió en la sobrevivencia del día a día. Poco a poco fueron despellejando al movimiento zapatista, revistiéndolo con colores y formas que no le pertenecen. Al país no le importaban y a la población le gustaba seguir engañándose. Digo le gustaba porque ya no le gusta, más bien ya no les queda de otra. Basta con ver periódicos y noticieros con tanta muerte y pelea entre el narco para darse cuenta que su país de pastel de quince años ya no existe. Me pregunto: si más gente hubiera participado en el movimiento zapatista, en la huelga, hubiera peleado por la situación que se vivía en este país... ¿algo hubiera cambiado? ¿estaríamos hablando de otras realidades? y camino por estas calles que están llenas de personas de otros países, de mujeres y hombres indígenas con su ropa tradicional, con su idioma original, gente de diversos sitios del país. Hay quienes dicen el movimiento zapatista ya murió pero mientras los pueblos indígenas no sean plenamente reconocidos el movimiento sigue vivo. Continúo caminando. Me hubiera gustado estar rota, rota de verdad, para no seguir creyendo ni reconstruyéndome. Pero no. No se puede romper algo que está hecho con un material flexible. Descubro que simplemente me estiré. Ni siquiera de más porque todavía tengo margen para regresar a mí sin perder un centímetro de piel. Ahora entiendo a quienes prefieren no moverse, no sacudirse. Ahora entiendo por qué en su momento no elevaron sus voces en este país. Es difícil cambiar tu vida, agarrar caminos, veredas, aviones, autobuses, camiones de redilas pa conocer el mundo y que nadie te lo cuente. Es más fácil leer el periódico los libros y ver películas que andar viviendo las noticias andar mirando los ojos de los que nunca son escuchados, observarte al espejo y reconocer cada poro de tu piel. No sentirte ajeno en tu cuerpo. Me descubro, no sé si feliz, pero no estoy ni avergonzada ni arrepentida por nada de lo que he vivido hasta ahora. Soy demasiado abierta, por eso a cada momento me comparo con esas imágenes Goyescas. Con un cuerpo de un animal recién asesinado y colgando de esos ganchos pa ser consumido en alguna mesa. De pronto me parece no hay nada que ocultar, todo se puede hablar, contar, decir, y  luego vienen las lecciones, el tener que ser discreta, el no andar contándolo todo. Esa costumbre de dejarse al descubierto, ser una especie de rana de laboratorio a explorar. En este momento recuerdo lo que en alguna ocasión reclamó la hija de Sylvia Plath... que los que estaban estudiando la obra y  vida de su madre la diseccionaban de una manera terrible. Pero la misma Sylvia dijo de ella, de su hija, en un poema, algo así como que no podía creer que ese animalito que estaba revolcándose en el suelo, fuera su hija. Hay tantas digresiones como hojas de diferentes colores tiene un solo árbol. A veces no entiendo a los escritores y sus formas para encerrar a las palabras. A mí siempre me han llegado como en un asalto a la tribuna del senado o muy aguerridas intentando hablarlo todo y todas al mismo tiempo. A veces las formo, como ahora, para decir lo que pretenden contar, pero luego se me salen, como en una fila de escuela donde todas son indisciplinadas y no cantan el himno ni se llevan la mano al pecho en un gesto patriotero y hacen que se subleve toda la escuela y la corporación de policías. Qué tiene que ver qué con qué o quién con qué. Como hoy en la televisión, en los noticieros. Cientos de personas sepultadas bajo un cerro que se desgajó. ¿Qué carajos tenían que estar haciendo esas personas viviendo bajo esas condiciones? pero ahora el culpable es el pobre de Mateo que sólo es un huracán enloquecido recorriendo esta patria. Y de nuevo: poblaciones indígenas en condiciones peligrosas. Y de nuevo mi recuerdo al llegar a Chiapas. Recuerdo que me sentía como una especie de científica loca intentando revisar, percibir, qué era lo que tenían de diferente las personas indígenas, hasta que llegué a la feliz conclusión de que nada, que eran tan iguales y tan diferentes a cualquier otra persona que hubiera conocido desde niña. Pero entonces todo fue peor. Porque me resultaba punto más que imposible vivir en un mundo en donde la gente se creía diferente sólo por el color de su piel o por la zona o país o pueblo donde habían nacido, y además se creían superiores o inferiores sólo por eso. Todavía no entiendo esto, he de confesarlo, pero como me di cuenta que, aunque la mayoría lo considere así, no sólo son seres humanos quienes pueblan al mundo, pues decidí andar abrazando a los árboles por cada esquina de cualquier sitio en donde ando, acariciar sus hojas como si fueran bracitos de un niño recién nacido o  acariciar sus troncos, su corteza, como si fueran las arrugas de una vieja o viejo fenomenal que ha decidido dejar transitar la vida hasta que esta se canse de respirar por su cuerpo. Mirar todos los atardeceres las noches madrugadas y contemplar los ríos pavorosos que se desbordan o que tranquilos y quietos nos miran sin que nos demos cuenta. Y cada animal o cada construcción o cada montaña o imaginarme que estoy flotando, que me elevo sobre las luchas, las peleas, los inferiores los superiores y todos sus códigos y constituciones y todo aquello que basándose en no sé qué locuras que un día se les detonaron inventaron las matemáticas y las ciencias y las palabras que parece esas sí, le nacieron al  primer día que se construyó el universo... si es que el universo se construyó algún día o sólo un buen día se inventó todo para decirnos que algo existía y luego las palabras se incorporaron a través del habla con los años a los cuerpos y luego vino la incomunicación porque las palabras resolvieron que no había nada que comunicar a cerebros tan crasos tan vacíos y tan lentos. Y decidieron estallar en cenizas hasta irse algo más allá que el Sol. Por eso, cuando uno una intenta describir lo que siente, lo que piensa, lo que vivió, se da cuenta que tiene la inmanente necesidad de mentir puesto que nada de lo que verdaderamente se vive tiene explicación y menos a través de las palabras y sus amotinamientos cotidianos. En el inicio de mi lengua nacen letras como poros de la piel. Son tantas y me extraña tanto puesto que aparentemente son poquitas puesto que  el abecedario es tan corto. A veces se me aparecen como si fueran esa niña que Sylvia no entendía que fuera su hija revolcándose en el suelo. 
 Ahora las palabras se lanzan como proyectiles como cohetes como recuerdos como brizna como neblina anegándolo todo y recordándome que soy tan poco importante comparada con todos esos cuerpos que en este momento yacen bajo el lodo. Tengo un poemario que estoy escribiendo desde hace años y no he podido terminar que se llama Canto del lodo. De nuevo las palabras recordándome, recriminándome el trabajo. También me dicen que mis manitas garras de ebanistería amasijando las palabras no son sino punto menos que inútiles para arrastrarse con todas sus uñas bajo la tierra para sacar los cuerpecitos pequeños los grandes corpachones las muecas y los dolores de esos seres de esta patria que no entiendo por qué carajos tienen que vivir en esas condiciones tan infames tan dolosa y dolorosamente olvidados como en aquella película de Luis Buñuel de Los olvidados pero no en zonas urbanas sino en zonas indígenas como en este caso en la zona Mixe. Y entonces todos mis pasos y recorridos y murmullos se convierten de nuevo en una pregunta que no puedo responder y mejor me quedo mirando a la tierra, escuchando al agua caer, arrojarse apresurada sobre el asfalto sobre los techos de la casa donde ahora estoy protegida guarecida donde ahora me miro como miraba La gaviota las casas, bueno, Nina, o Chéjov, o Turguéniev, por mejor decir. "Qué bien se está aquí. Qué ambiente acogedor. ¿Oye usted el murmullo del viento? Turguéniev dice en una de sus obras: ¡Qué bienestar el del que, en noches inclementes, se encuentra bajo un techo! ¡El del que tiene un cálido rincón! ¡Y que Dios protega a todos los caminantes a quienes falte un cobijo!" y a todos esos caminantes que no caminaban, ahora los protege el lodo, en tierra Mixe... ese lugar donde las bandas de viento tocan, donde las voces y el canto se materializan a través de los instrumentos. 
Que Dios los protega de esta patria y sus autoridades, y que los protega también de la mayoría de  la población de este país que estúpidamente continúa siendo racista contra todo lo indígena. Más protegidos que sepultados no pueden estar. Sólo pienso en el frío que les debe dar. En este frío que te cala todo, hasta el cuerpo que no tienes. Y volviendo a Nina, y la Gaviota, decidí no ser la Gaviota que un hombre mató por hacer algo. Y todas las palabras ahora languidecen, como en esas conversaciones que siempre recuerdo, nítidas, en Grecia, de algún libro que leí y del cual no puedo cumplir con el requisito de citar la fuente puesto que no la recuerdo. Cuando todos se dormían en las bancas, en sus casas, después de grandes e inútiles conversaciones que ahora, algunas, son cibernéticas. Pero que cargan el alma como si fuera un teléfono celular que se ha quedado sin batería y que se conecta para volver a estar listo para recibir llamadas mensajes y silencios. Ahora recogo de nuevo mi alma, la descargo la desconecto para mirar la lluvia en su estrépito e imaginar ahora qué ciudades o pueblos estará arrasando con su gloriosa caída. Y prepararme para seguir caminando esta tierra chiapaneca, esta ciudad del santo protector de los viajeros, San Cristóbal, y del santo Bartolomé de las Casas, porque sólo un santo puede querer comprobar que los seres humanos tienen alma porque se ríen. Y me preparo pa salir con la sonrisa bien puesta a saludar y re conocer a tantos seres maravillosos que conozco por estas tierras.Y, claro, pa saludar a cuanto árbol se me ponga enfrente.


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