jueves, 6 de agosto de 2009

TAN MARIACHIS COMO SIEMPRE

En estos días he conversado con gente que radica al igual que yo en la Ciudad de México. La mayoría son extranjeros (españoles, argentinos, uruguayos, chilenos, en fin, en su mayoría latinoamericanos) o por lo menos de diversas ciudades del País. Todos coinciden en la queja contra la ciudad pero curiosamente no se van de ella. ¡Pobre Ciudad inventada! aquí todos tenemos la sensación de hacer algo importante sea cual sea el oficio, profesión o desempleo que podamos padecer. Es como salir a un parque de aventuras cada día y regresar a casa enojados, contrariados, padeciendo dolores inmensos o pequeñas y desgastadas alegrías. Pero regresar. Con eso ya muchos se conforman. ¡Salieron del lugar común ese: "la selva de asfalto"! Hay muchísima gente sin opción alguna. Desafortunadamente para quienes nos dedicamos al arte, a la literatura, por lo menos nos hace sentir un tanto cuanto importantes o nos ayuda a canalizar nuestros sentidos y búsquedas. No puede ser mejor vivir reculado en un pequeño pueblo donde nadie te ve ni te escucha. Tenemos el falso sentimiento de que aquí somos escuchados. Basta mirar a un cierto segmento de la población, "de la ciudadanía" perteneciente a cualquier clase social o nivel educativo que sea para descubrir que es falso. Que cada comentario, cada palabra, cada acción es cuidada para no descender como avalancha o río sobre sí mismo y perder lo poco o mucho ganado. Cada emoción sensatamente reprimida en aras de la pertenencia. Esta ciudad tiene el don mágico de hacerte creer que algo sucede. Que todos los que la transitamos estamos vivos por el solo hecho de vivir en ella. Todos nos quejamos, todas nos quejamos y sin embargo aquí estamos. ¿En espera de qué?. Esperamos algo, o sólo es la queja consuetudinaria para también pertenecer a los que son concientes del estado miserabilísimo en el cual vivimos a expensas de que aparezca una María Antonieta y decrete: ¡Si no hay pan, dad pasteles! quizá esperamos el pastel-retrato de nuestros adentros. Es el único sitio del país donde por lo menos podemos sentir que importamos aunque sea un poco. En todos los colectivos-peseros la mayoría de la gente avanza en un estado de vencidos lacerante. Todos desconfían de todos. En el metro creo que hasta es una treta gubernamental el permitir que suban con su música de diversos géneros los vendedores-piratas para entorpecernos o distraernos. Romper con la maraña emocional y cerebral de aquellos o aquellas que lo han perdido todo pero que fingen o no quieren recordarlo y acuden a sus empleos y se adhieren a las tarjetas checadoras como si fueran a perderlo todo si van contra reloj. Los demás, los que van en automóvil fingen también ir más cómodos, fumando, escuchando música o gritando a los peatones o a los otros automovilistas haciéndose y haciéndoles sentir a los demás, a las demás, que tienen prisa. Que son gente importante puesto que importa mucho el lugar al que van a llegar tarde o temprano. Que el sol no saldrá si ellos no llegan a tiempo. Hacen resonar sus autos que no han terminado de pagar o que apenas dieron el anticipo o que son prestados. Aquí parece que todo es prestado. Hasta la risa. México entero es una gran tienda de raya. Hasta los escritores y artistas los prestan las instituciones o universidades para que se paseen un rato y demuestren que en este país sí se hace cultura y sí se apoya al arte. ¿Dónde podríamos vivir una fantasía más grata en toda LatinoAmérica que en México? Aquí es el país del mariachi, del tequila, el mezcal, la burla de la muerte, el país que a todos los extranjeros los recibe mejor que a los propios, tiene pirámides, indígenas, gente blanca, telenovelas, muchas drogas que se venden casi igual que en Ámsterdam pero con toda esa aura incandescente de lo prohibido. Y para aderezar nuestras comidas en fondas y casas podemos observar en los noticieros decenas y decenas de muertos y decapitados. Afortunadamente no fuimos nosotros y estamos alrededor de nuestros objetos o pertenencias o familiares o conocidos o amigos y seguimos vivos. Y hay que agradecerlo. Por lo menos no estamos muertos. ¿No estamos?. El gobierno finge que trabaja. Nosotros fingimos que vivimos. Entonces el "no es cierto no es cierto que vinimos a vivir sobre la tierra" se cumple. Y tan hermanos latinoamericanos y de todos los países y tan borrachos y tan felices como siempre.

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