miércoles, 11 de febrero de 2009

Uno está condenado a vivir lo que escribe o a escribir lo que vive

Hay personas que nacen rotas. ¿Y qué se le va a hacer? por más que se esfuercen en componerlas así las trajeron al mundo, ya sea Dios, el genoma o la tierra misma que virginalmente se equivoca. Así eran ellas como un trozo de hostia que se rompe antes de llegar a los labios, secas, sin vino ni consagración. Cuentan que un día salieron del tiempo y nunca más pudieron regresar, si el desatino las hubiera convertido en científicas hubieran sido felices por descubrir algunos pliegues del mundo, el orden desordenado del tiempo, primero vino la madre y llegó a un tiempo en el que se podían contar las horas, creció y al casarse se le vinieron los días encima y los años de tal forma que se salió de los segundos y minutos, era como el conejo de Alicia que siempre llegaba tarde y siempre se iba temprano. Cuando vino su hija ella la trajo a otro tiempo, la pobre niña nació sin saber en dónde estaba, su madre sabía tanto de la antimateria y de la profunda materia deshecha y deshonesta de los que poblaban el mundo que aquí la vino a arrojar como el pez que sin saberlo le brota a los azulejos del baño creyendo es el mar. Así se crecían ellas sin fijarse en lo demás como quien cree que los que tienen ojos verdes o azules así ven el mundo. Pero los años que sí se contaban entre los pliegues de la carne entre surcos azulados de los ojos entre costillas, caderas rotas y enfisemas pulmonares, entre gatos y gatas que venían y vienen al mundo y se siguen reproduciendo sin ser castrados y maullando por antonomasia el delirio del mundo así ellas vivieron como el juego de gato encerrado. A veces jugaban gato y con sus plumas se divertían al ver que tanta equis a veces les regalaba algo, a veces lloraban a horcajadas sobre sus pastillas de ativán y sus cigarros por ver que tanto círculo nomás las envolvía para regalo del mejor postor. Los postores nunca entendieron que no eran ellos los que ganaban sino los que perdían siempre aún cuando era relajante ver personas más jodidas y absurdas que ellos mismos pidiendo siempre comida para ellas y sus gatos para ellas y sus aliados para ellas y sus cobijados.”De risa loca” era ver a los funcionarios atildados a las funcionarias y reporteras a las incipientes escritoras y a las reconocidas a los reconocidos frente a estas aristogatas venidas al tejado que ya ni siquiera estaba caliente y escuchar sus maullidos y arrumacos a través de líneas telefónicas. Pidiendo besitos obsequiando besitos sabiendo que no se equivocaban porque era el tiempo el que se había equivocado quizá si hubieran nacido quinientos años antes o quinientos años después tendrían algo que ver con el mundo pero no, así era y no se podía más, pertenecían a la estirpe de mujeres rotas de Simone, a la especie de Pita Amor con su bolsa de mandado y su belleza polaca blanquísima cantándole a los amantes de otrora mejores tiempos, con su cuerpo desnudo contoneándose en las mesas y sonriéndole a Octavio Paz mientras él le exigía a su esposa Elena Garro se arrodillara y le pidiera perdón a otra mujer como a sí misma por haberla ofendido, mientras Pita sin saberlo ni adivinarlo pensaba que ella nunca estaría en ese otro tiempo que esa otra mujer estaba y al que ella por la Zona Rosa entró vendiendo flores de papel como el papel que ellas fueron porque aún no sabían que la vida no existía sino en el papel que como seres doblemente creadores, mujeres que con sus vaginas son capaces de traer vida y como escritoras son capaces de violentar a la vida o de crearse o destruirse a sí mismas como materia de papel y tinta, estaban doblemente condenadas. Lilith y Eva en un desenvolverse de palabras. Así nace mi encuentro- tope con estas mujeres. Yo tampoco sabía que estaba condenada a entenderlas ni sabía que salirse del tiempo y estar en el espacio y saberlo era condenarme a la lucidez de aquel que no ve la carne sino como radiografías mira los ojos rotos de los condenados, los huesos trinando por salir de sus jaulas sin mejor aliado que la muerte pero hasta la muerte pasa y se convierte en jaula para los huesos para el polvo para el recuerdo. Porque uno se toca la cabeza un día y sabe que las manos están manchadas de sangre pero no hay ni una gota sobre los dedos y entonces aprende que hay muchos tiempos que hay muchos pliegues por donde algunos afortunados o desafortunados pueden escaparse inicia labor escapista pero como un mago afortunado regresas aún cayendo de baúles envueltos en gruesas cadenas, sin romperte un hueso. Diría Tsvietáieva que te convulsionas y nadie se da cuenta, necesitarías realmente convulsionarte en medio de las calles como un perro y quizá alguien se conmovería o simplemente te vería. La primera vez que escuché hablar de Elena Garro fue con un compañero de teatro. Eduardo Gutiérrez de la Cruz. Ambos estábamos en la Compañía de teatro de la Universidad de Guadalajara y un día me espetó: —Me recuerdas a Mariana —¿Qué Mariana? pregunté ofendida —Mariana, la de Elena Garro —¿Qué Elena Garro? —¿No sabes quién es? —No, ¿por qué? ¿tendría que saberlo? —Pues se supone que sí, es una gran dramaturga y escritora Y como a mí siempre todo lo grande me ha molestado entonces le demostré que para mí nada era grande, simplemente era vida y ya, y que si tan importante le parecía ese personaje pues un día yo se lo presentaría. Y seguí en la niebla de cuando me había salido del tiempo. Él salió de la Compañía y yo estaba haciendo temporada con un papel de hada en Sueño de una noche de verano, con la cual parece iniciamos muchísimos actores, me aburría en Guadalajara, me aburría la Compañía me aburrían los hombres con los que me relacionaba todos parecían tener coraje para la vida pero al poco tiempo demostraban que no lo tenían, me aburrían mis padres con eso de que tenía que estudiar una verdadera carrera y terminar la preparatoria me aburrían las cantinas y me aburría la Secretaría de Cultura donde trabajaba y donde prohibieron las minifaldas y caminar por los corredores a deshoras y exigían anotar la hora en la que salías al baño y a qué hora regresabas y hacer ruidos y me aburría la catedral con sus picos bajos y todas las azoteas de Guadalajara se habían vuelto pequeñas ante mi mirada. Decidí ir a vivir a México y sino me gustaba la ciudad entonces irme a Xalapa. Pero tenía que aprehender que el teatro no era eso que yo veía, porque cuando los veía en el escenario siempre pensaba: ¿por qué mienten tanto los actores? y que en la poesía alguien me tomaría en serio, que alguien me creería que podía ser escritora y actriz, recordé a un chico que había conocido en un micro de Guadalajara que era músico y que vivía en el D.F. y tenía su teléfono así que decidí hablarle después de que quienes nos iban a recibir a Eduardo y a mí nos dijeron un día antes que siempre no. Así que le hablé a Gabriel Pareyón quien me dijo que vivía con su novia que era actriz de teatro que estaba con Margules y que su departamento era muy pequeño pero podíamos dormir en la sala. Llegamos y dormíamos allí, nos bañábamos y salíamos a vagar, a buscar escuelas de teatro, ninguna me gustaba, mucho bloof. Fuimos a la lectura en Bellas Artes de Jaime Sabines, la novia de nuestro amigo, Glen, nos dijo que ya tenía un lugar en dónde podríamos vivir, una chica con la que estuvo en el Foro Contemporáneo rentaba cuartos para artistas, actores, resulta que estuvo en la Compañía de la UdeG fuimos a su casa y estuvimos tranquilos unos días pero empecé a escribir poemas, escritos extraños, llené dos o tres cuadernos con un hombre al que habían asesinado, un día la que nos rentaba tenía una gira con una obra de teatro y estaría fuera por una semana, encontré un baúl, una fotografía del hombre y se me abrieron unas llagas en los dedos que empezaron a sangrar, me asusté mi amigo también y desde ese día no regresamos a vivir a esa casa, comenzamos a vagar, trabajé de cajera en un antro y mi amigo de garrotero en otro bar, dormíamos en el Ángel de la independencia, en un Sanborns de la zona rosa, en jardines, en el metro, en el ir y venir incesante de una estación a otra, a veces en casa de Gabriel Pareyón y Eduardo en las bancas de la Alameda, así estuvimos quince días, hasta que nos enteramos que Elena Garro estaba muy enferma en un hospital de Cuernavaca. Eduardo me dijo que yo le había prometido presentársela, era cierto y decidí cumplir, por supuesto ya había leído algunas obras de ella, no todas aún pero ya sabía más de ella, llegamos a Cuernavaca al hospital, preguntamos por ella, y yo muy tranquila, sin saber que ellas estaban fuera del tiempo que las manecillas del reloj un día se las comieron y ellas no lo sabían, el personal me dijo que no podían decirme nada de ella, que eran órdenes del señor Octavio Paz, estaba prohibido dar información, por más que insistí dentro de mi ingrata inocencia-ingenuidad-kitsh nada, salimos pero yo debía cumplir, en una farmacia solicité un directorio telefónico busqué el nombre de Elena Garro, nada, pero allí estaba: Helena Paz Garro Privada Manantiales, y el número, por supuesto no marqué si no que preguntamos cómo llegar a esa dirección, caminamos yo con suéter, mallas, falda, tacones, en medio de ese calor infernal hasta llegar, el olor a gatos las denunciaba, subimos, preguntamos y Helena Paz, linda en su bata roja nos atajó: —Estamos hartos de los jovencitos que vienen a preguntar por ella, a hacer entrevistas y a robarnos. —Nosotros no venimos a robar ni a hacer entrevistas, sólo venimos a conocerla, a conocerlas. —Pues no. Así que ya eran dos veces no. Intenté conseguirlo y nada, me lamenté por la imposibilidad de cumplir la promesa y ya habíamos bajado cuando Helena grita: —Ángeles! ¡Ángeles! Y yo sin preguntarme si realmente lo era, regresé, regresamos, y me dijo: —Si tú realmente eres un ángel dile a mi madre que vaya al hospital, no quiere ir a nadie le hace caso, si te hace caso te creeré. Lo extraño es que no recordé en qué momento le dije que éramos ángeles pero me supongo que tantos días sin dormir bien y sin comer nos daban ciertas características demoníaco-angelicales. Afortunadamente Helena vería en ese momento el lado angélico celestial en mí. Me acerqué con mis pequeñas fuerzas hasta el sillón que respiraba en un espacio que algún día parecía pretendió hacer de comedor pero ahora era el dormitorio de esa pequeña grandulona que era Elena con sus grandes ojos de niña a la que todo le han complicado y le han dejado de explicar todo, me veía hambrienta de verdad de silencio y de que yo en verdad fuera tan ángel como ellas. Pero eso lo descubrí más tarde, los ángeles son ellas pero a veces pretendían hacer de espejos y permitirnos a otros ingresar en su coro celeste. —Soy Tanya, Elena, tenía muchas ganas de conocerte. —Ah, hola, Tanya. —Elena, tienes que ir al hospital. —¿Tú crees que debo ir? —Sí Elena, estás muy mal. —Si tú me prometes que en el momento en que no quiera estar allí me sacarás, voy. —Sí, Elena, te lo prometo. Mira, te quiero presentar a un amigo. Helena llamó a la ambulancia, la ambulancia llegó y llegamos nuevamente a ese hospital en el que ni siquiera estaba Elena y sin embargo fingían que allí estaba pero como ahora recuerdo que el tiempo es otro entonces sí que ella estaba allí y ellos apenas me reconocían. —Disculpe, disculpe por favor pero es que luego viene tanta gente diciendo que es su amiga y no es cierto y son órdenes del señor Octavio Paz, perdone. —No, no hay problema, entiendo. (Ja,ja, y sonreí infinitamente para mis adentros, pero tenía que fingir ser su amiga desde hace tiempo... ja) Claro que yo estaba vestida como Helena me quería ver, con un vestido de ella, fresco, vaporoso, con mis cabellos de Blanca Nieves y sin mis enanos, a menos de que ella por artes extrañas, los viera. Porque antes de irnos al hospital, ah, eso sí, tenía que cambiarme de ropa, estaba en Cuernavaca, no podía andar vestida en esa forma, además de que de inmediato me bautizó como Blanca Nieves, “mi Blanca Nieves” me dice. Cuando el doctor quería revisar a Elena entonces me mandaron llamar —¿Quién es Tanya? La señora Elena quiere que venga y entonces escuché cuanto tenía que decir el doctor y le dije que sí, que estaba bien lo que harían y ella confió y yo confié en el mundo y sus otros órdenes en las otras capas del tiempo y en los otros huecos por donde uno a veces puede colarse o ensartarse o perderse o simplemente caminarlos porque quizá desde que naces estás condenado a llegar al sitio en el que siempre estuviste o debes estar. Nos preguntamos quién se iría con los gatos. Me quedé a cuidar a Elena y debía irme cuando ella lo ordenara ahora la memoria que siempre juega no me quiere recordar cuántos días o tiempos estuvimos así porque el tiempo no existe y yo no tenía por qué inventármelo justo en ese momento, ni ahora. Nos fuimos a su departamento en cuanto ella me dijo —Sácame de aquí Yo la saqué y entonces inició el viaje, el sueño Elena Helenístico donde la Paz suena a Garro a Gato. Leí Y Matarazo no llamó a las cuatro de la mañana en su casa donde sabiamente habían adivinado no existía el tiempo sino en los relojes que se aferraban a decirnos algo, comíamos pasteles de fresa Sara Lee, hamburguesas al carbón, queso roquefort, coca cola light coca cola normal cientos de cigarrillos mentolados y no, tortilla española que tanto le gustaba a Elena pero como la teníamos que ordenar a un sitio en el que le gustaba casi siempre llegaba tarde y estaba desesperada entonces ya no la comía y éramos nosotros quienes la comíamos, Helena un día gritó: —La quieres más a ella, parece que ella fuera tu hija Y yo seguía preguntándole cosas a Elena cosas de ésas que un periodista nunca le preguntaría cosas que no son importantes sino para los que son lerdos, cosas como —¿En qué crees Elena? —Yo ya no creo en nada Y el mundo literario, el mundillo se me venía abajo y caía con todas sus caceroladas de palabras estrellándose entre los gatos y las sábanas de la cama que un día apareció en la sala y era de Helena y los sillones se desgarraban y yo seguía girando como rehilete como caleidoscopio intentaba entender cómo creer en nada si ya la nada existía entonces ya la nada era creer en todo como en Vera o los nihilistas o en definitiva no quedaba nada que hacer y me tenía que agarrar a sus huesos casi desnudos de carne y flotar entre el oxígeno que día a día avariciosamente le llenaba los pulmones y nosotros trayéndoles sus cajas repletas de cigarrillos y comiendo su comida que no comían y su pan negro y viendo ir y venir enfermeras y sirvientas y viendo cómo desaparecían documentos, fotografías y ya entonces vivía en el D.F. en un miserable cuartucho de la Santa María la Ribera con su plaza llena de árabespañoles acentos en una vecindad alargada y afiebrada donde un hombre gritaba: —Me vale verga, si te pego es porque te quiero, si te pego es porque te quiero —¡Tamara! ¡Tamara! No llores, mija Decía el padre y luego la madre que calmaba a su hija para que no llorara por los golpes que recibía de aquel que la quería tanto y yo sin saber que las mujeres estamos condenadas a ser golpeadas por quien amamos y por quien nos ama y le vale verga. Pero luego sonaba un violín que cuando vi la película Delicatessen me lo recordó. Un hombre con periódicos en la ventanucha que por las madrugadas quizá creyendo que nadie lo escuchaba se ponía a tocar, un alguien al que nunca le vi el rostro y entonces aprovechaba para ir a la azotea y recordar que somos un todo incesante y que las estrellas por algo nos quieren seguir viendo, quizá para divertirse o probablemente exageramos y no es tan terrible ser humano. Porque qué afán de las estrellas el de no irse, aunque ya estén muertas, poseemos algo que no queremos conocer o quizá como diría Manuel Bandeira: En una pila de la iglesia en Bizancio está grabada esta inscripción N I P S O N A N O M H M A T A M H M O N A N O S P I N Deletreada de derecha a izquierda tiene el mismo sentido “Lava tus pecados no laves sólo tu cara” Mário ellos no se lavan ni los pecados ni la cara Los hombres son horribles Por eso HAY QUE AMARLOS Con lo suave de los más melancólicos tejidos orientales Las estrellas por eso son inmensas, porque nos amansan con sus suaves restos de muerte. Por las mañanas salía la mujer un día sí un día no con la cara agachada pasaba frente a nuestro cuartucho, agachaba la cabeza y se veían los moretones, luego a Tamara la ponían en un pedazo de su cuarto con unas rejitas mientras ellos se arrumacaban y entonces Eduardo y yo sigilosamente nos acercábamos y le decíamos. —Tamara, Tamara... Agarrábamos sus pequeñas manitas y la intentábamos curar sin saber que éramos nosotros los enfermos. Nuestra voz era imperceptible pero Tamara nos veía desde su otra encarnación y nos reconocía, no podíamos hacer gran fiesta puesto que nos escucharían sus padres, era sólo un momento como quien llega a una casa y acaricia al perro al gato ajeno pero sigue platicando. Nunca llamé a la policía, el hombre algún día gritó: —Y que nadie se atreva a venir a defenderte porque si no le parto su madre y tú ya sabes que si te pego es porque te quiero Y entonces el violín y el hermano de la que rentaba, un pelirrojo que yo creía podía darme suerte pero lo que me dio fue una bolsa de plástico con bastante cocaína para que se la guardara porque si su cuñado lo descubría se iba a enfurecer y luego venía y tocaba y se llevaba un poco y luego yo ya estaba otra vez girando con la casa como en Y Matarazo no llamó y sin saber que ellas eran “unas traidoras” sin haber leído a Monsiváis ni a Poniatowska ni valorado a José Luis Cuevas y otros. Leía a Csezlaw Misloz, a Pushkin, me volvía loca Camille Claudel y soñaba con defenderla, aullaba con Allen Ginsberg y me autonombraba la defensora de todos aquellos llamados locos, locas, de Antonin Artaud, de Van Gogh, quería irme a pelear a Chiapas, de hecho entrené mucho tiempo en la barranca de Huentitán con esa finalidad porque mi padre me dijo que si realmente quería ser guerrillera tenía que entrenarme y entonces yo a Elena Helena las veía como guerreras flacas como reinas a las que un día la conspiración en su reino les arrebató cetro, corona y tiara. Rodeadas de vestidos elegantísimos abrigos maquillajes recuerdos fotos con Marlene Dietrich fotos donde parecían felices Elena y Octavio Elena y Helena y robos y más robos y llamadas a Octavio y a su abogado o no sé qué para que enviaran la pensión. Que también es justo decirlo que Octavio Paz siempre les destinó una pensión. Tampoco Octavio es sólo ese ogro maldito que sepultó a Elena. Fueron muchos y muchas quienes lo hicieron y aún lo hacen. Me acaba de comentar una periodista que cuando ella estaba estudiando comentó que le gustaba la Garro a lo que le respondieron: — ¿Esa traidora? Y habrá sido hace cinco años. En fin, y Elena queriendo dirigirme en la Señorita Julia y yo sin atreverme puesto que ya conocía a Strindberg y entonces todos pensarían que yo también vine a aprovecharme de ellas y no quise y dije que no porque no sabía que la lengua del mundillo literario artístico es feroz feraz y poco recatada poco les importa lo bueno o malo que seas sólo que te agaches ante ellos como un escritor ante Octavio Paz como ese mismo escritor ante Zedillo y como tantos otros y otras como un editor de una universidad en la que abrieron la puerta de su oficina y lo encontraron follando con una escritora que quiere publicar allí pero yo entonces no sabía que ya sabía esto y seguía soñando con pelear y con luchar y con que nadie me arrancara el cetro la corona la palabra ni el cuerpo. En esos días ellas andaban cuando llegó la escritora Guadalupe con su coche y su chofer que la esperó abajo hasta que la señora terminó. Llegó como llegan las princesas cuando son esperadas o las grandes amigas de sociedad que se citan y se besan y se gritan a cual más que son felices o afortunadas y voltean hacia un sitio y otro para admirarse mutuamente los vestidos y los aretes los zapatos el peinado el maquillaje. A ella se le había olvidado que el lugar al que llegó era como de esos ricos venidos a menos donde antes usaban channel y ahora apenas alcanza para medicinas y oxígeno se le olvidó que quizá les recordaría tiempos de los que ellas indefensas ya habían salido para siempre. —Por fin te conozco, Elenita, ¿te acuerdas de mi madre? Estuvieron juntas en París —Claro —Ay Elena yo creo que soy igual a ti me parezco muchísimo a ti Pero yo que me sumaba en ese momento a los ojos de todos los gatos que estaban allí sorprendidos unos y escondiéndose otros me preguntaba cómo alguien quería parecerse a ella, delgadísima, con los sueños escurridos y el hambre de todo saltándose por los poros la persecución insinuada real y onírica. Esa mujer daba grandes voces y prorrumpía con sus carcajadas y bonhomía. No fue mucho lo que hablaron no fue mucho lo que ella visitó esa casa pero llegó cargada de promesas y la única que cumplió fue la propia: poder hablar de ella, que un día la conoció. Afortunados los que nada saben porque de ellos será el reino de lo impensable. Ese reino de gatos oxígeno y mujeres se veía invadido por una mujer salida de los otros tiempos a los que ellas en algún momento habían pertenecido. Su chofer seguía esperando quizá alerta por si alguien se atrevía a ahorcarla los gatos a orinarla o a correrla. No recuerdo si obsequió algo o si brindó su peaje. Esa casa para muchos era como el paso a otro mundo y cuando alguien transita de un país a otro paga y cuando alguien transita de un mundo con tiempo a uno donde no lo hay más caro tiene que pagar pero casi siempre olvidan el pasaporte. Yo nunca tuve pasaporte y ahora que lo recuerdo más nítidamente y pienso en quienes fueron a visitarlas en los que llegaban y hablaban y sonreían entonces recuerdo que sí, por supuesto, yo fui de esos gatos que a veces llegaban a su puerta en busca de comida o de casa y que también fui como el gato gordo y negro que un día escapó de la Privada Manantiales al cual estuvimos buscando durante horas y días sin encontrarlo nunca. Recuerdo también que lo atrapé en el estacionamiento pero que sus costillas llenas de libertad me impidieron seguir forcejeando y lo dejé como después me dejé a mi salir corriendo a buscar mi propio tiempo. Ingresé a la escuela de escritores pero me era imposible entender cómo había tantos escritores en esos salones ¿que no habían leído la trágica historia de la literatura? Más bien ¿qué no habían leído? Por qué querían ser escritores, como si fuera nice, además, cuándo, en cuál tiempo, en qué ciudad o país habían coexistido tantos y tantas escritoras en un mismo sitio, todos y todas creían ser los grandes escritores que estaba esperando el mundo, o por lo menos México, qué ingenuos, más que yo... si supieran que el mundo lo que menos espera es escritores y que México tampoco espera nada puesto que está vivo sin necesitarnos, por eso Breton hablaba del surrealismo, así que nada que hacerse, creyendo era una bendición no sabían que es casi una tragedia o mínimo un melodrama nacer escritor o artista en un país como éste. El caso es que me era impresionante y preferí asistir a casi todas las borracheras a casi todas las fiestas y relacionarme con casi algunas personas. En uno de esos días en un bar algunos amigos y amigas que creían fielmente en mi obra me hicieron leerle unos poemas a una editora, allí estaba también otro escritor “reconocido” y ella me dijo inmediatamente que me quería publicar, si mal no recuerdo se llamaba Margarita. Le dije que no gracias. El “reconocido” dijo que cómo era posible que si a él le había costado años que le publicaran y a mí me lo ofrecen y me niego... años después lo encontré en un Encuentro de escritores en Oaxaca y le recordé esa anécdota creyendo nos reiríamos juntos. Pero cuál fue mi sorpresa de que me dijo: “No, no es verdad, yo nunca tuve problemas para publicar. Si yo fui amigo de Joaquín Mortiz”. La editorial que me quería publicar era Planeta porque aún después de irme a Chiapas y casarme con Marco me hablaba el amigo que vivía en ese entonces en el que era mi departamento para decirme que habían hablado de nuevo de la editorial Planeta pero yo estaba muy ocupada viviendo como para ocuparme de esas cosas... ja,ja... esto significa que conocí hombres y mujeres que no eran “raros” “anormales” ni “traidores” que no tenían “delirio de persecución” y que eran completamente felices con su dotación de ningún talento que les había obsequiado el mundo. Eran días lánguidos y aburridos rápidos e inmersos en el silencio del desconocimiento de otros tiempos. En las escuelas todo se maneja por reloj y es por eso que sabemos tan poco del mundo. Quizá es la razón de utilizar tan poco el cerebro, las otras zonas sin explorar asustan, quienes las exploran asustan por partida doble y si son dos pues multiplíquese la cantidad hasta volverse insostenible insoslayable insoportable. Porque entonces inician las llamadas de auxilio creían que si podías llegar hasta donde ellas estaban era porque entonces sabías de otro tiempo. Pero no. Descolgaban teléfonos no contestaban llamadas cambiaban el número se negaban. Ah, qué miedo da el trasladarse. Es fascinante leer que Julia y el forastero huyen, vuelan, se traspapelan se multiplican. Pero no oír ni ver cómo nosotros mismos en ellas, con ellas, sin ellas, nos traslapamos nos desorientamos al orientarnos como nunca en el mapa de horas y segundos donde le brotamos a los días como frutos que le nacen al aire. En ese aire murió Octavio Paz luego Elena Garro. Lloré a la par que el aire y Helena Paz se fue a vivir conmigo a la Ciudad de México. Mis padres me habían conseguido un departamento de dos pisos en el edificio Chile de la Unidad Latinoamericana por Copilco. No pagaba renta no tenía gas pero tenía teléfono. Para pagar los gastos le renté un cuarto a una escritora colombiana de la escuela. Helena y ella comenzaron a trabajar en las Memorias. La colombiana ponía música de Piero y hablaban hablaban hablaban fumaban cantaban pero me deliraba. Helena le daba migas a todas las palomas de todos los edificios, llegaban las parvadas tremebundas casi como en la película de Hitchkok. Los vecinos comenzaron a quejarse. Es como si vieran algo grande y forzosamente quisieran participar por lo menos diciendo que ella era sucia y ellos todos, en masa, muy limpios. Como en Cuernavaca donde le siguen envenenando a sus gatos y como en Manantiales cuando ambas padecían las críticas y demandas por salubridad y no sé qué tantas instancias. No se conformaban con saber que eran importantes querían destruirlas cuando todos los otros y otras llevaban vidas saludables afortunadas pero desconocidas. Era el momento de darse a conocer quejarse de los gatos del olor de los orines de sus pleitos de sus caras de sus vestidos de su fama de los periodistas de por qué ellas eran diferentes del cómo se habían atrevido de quién se creían por qué no podían ser civilizadas, bien vestidas limpias sin gritos sin pasarse a otros relojes donde los demás no alcanzaban a ver la hora no tenían ojos para diferenciar el bien del mal el cómo del por qué era una de ellas hija del único Premio Nobel de Literatura en México. Tenía que comportarse a la altura no saltar las rejas de su desconocimiento para observar qué había tras ellas, la madre era escritora famosa, dicen, porque no la habían leído, claro. Pero a esa casa llegaban gatos de cuatro patas de dos con silencios con ruidos y con toda su emotiva carga de admiración mientras los vecinos apoltronados en su cotidianeidad con la cabeza o los oídos asomados a puertas y ventanas secretamente con su envidia de gusano que no puede morder la manzana les odiaban “el odio se acumula tras de la ventana” tanto desprecio les había vuelto la piel más delgada como si sólo la última capa de piel las cubriera casi podías tocarle el hueso desnudo a Elena. Las marcas del perseguido hacían mella. Ante las muecas de los demás ellas eran exorbitantes y no podían tomarlas entre las manos como a liliputenses no podían abrirlas como ranas para ver qué contenían se conformaban con el desprestigio hablar pestes volverlas la peste. Si algunos escritores escritoras a los que apoyó Octavio adivinaran las razones de su apoyo aullarían de dolor e irían a esconderse en una casa sin gatos sin perros y sin ningún ruido que los delatara. Elena me contó que Octavio nunca sustentaba a quienes creía con verdadero talento o que pudieran llegar más allá que él. Sólo a los de mediano talento que le permitirían seguir siendo rey. Que estaban en alguna presentación o él acababa de hablar de alguien y al sentarse a su lado le decía: —Es pésimo, es un idiota. Mientras sonreía afable y decía cuánto había disfrutado y cuánto talento emanaban... y los tiempos afortunadamente siguen igual, uno no puede sorprenderse de ir a trabajar con algún escritor “conocido” por unos cuantos pesos y escuchar: —Es una poeta mediana pero tengo que quedar bien con ella, hablen de ciertas cosas, citen algunos versos, si quieren pueden criticarla pero no muy fuerte. En fin, debo quedar bien con ella. Y en otra ocasión: —Es un poeta pésimo pero hagan un juego. Y el libro de ese “poeta pésimo” venía dedicado amorosamente para él y contenía un poema dedicado a él, a este escritor “re conocido” En la oficina del maestro-escritor-reconocido tuvimos un afortunado desencuentro puesto que él nos dijo que no le interesaba lo que hacíamos porque no le gustaba que manejáramos criterios estéticos, sólo hablar un poco de la obra, o del autor, en fin, por encima. Marco alegó que él no podía prescindir de la estética y le dije que soy muy distinta a él, en cuanto a criterios estéticos y éticos. Él saltó indignado y dijo que a qué me refería con criterios éticos, que en los estéticos estaba de acuerdo pero que éticamente estábamos igual porque habíamos aceptado. Empezó a temblar de tal forma que sentía el piso se vendría abajo. Entre otras aclaraciones, la principal: —Claro que aceptamos porque necesitábamos trabajo y un amigo nos llama y nos dice que si verdaderamente queremos trabajo allí estaba la posibilidad. Pero es la primera y única vez que aceptamos algo así. Te lo agradecemos puesto que ahora sabemos que no estamos capacitados para esto. Lo lamentamos porque el dinero sí lo necesitamos pero no podemos hacer lo que tú dices, mejor hazlo tú. Si lo tienes tan claro. — Pero espero que esto no dañe nuestra amistad —¿Cuál amistad, si apenas te conocemos? Otro salto y temblores que ahora sí amenazaban con tirarnos a todos. Y él gritando ahora sí golpearía a un poeta el cual en lugar de hacer poesía hace publicidad. Nosotros prometimos no decir su nombre ni inmiscuirnos contra él ni de él. Respiramos aliviados puesto que ampliamos nuestra visión de los escritores re-conocidos. Pecado que cometió Elena al no entrar en esta afortunada recreación de los sin-talento. Pecado que hemos cometido sin culpa y nos alejará de esta degustación. Ah, y resulta que el trabajo que a penas empezábamos se denomina “de negros”. Ja, quizá ahora con Obama como presidente del imperio pues hasta esa denominación cambie. En fin, no nos gustó. Mejor trabajamos como mexicanos, que es doblemente cansado. Monté un monólogo de una escritora colombiana dentro del ciclo monólogos mexicanos. La aceptaron como escritora mexicana. Por qué razón no lo sé pero me pareció afortunado puesto que yo era la actriz. Sabía poco de Helena, cada vez menos, y cada vez menos también de mí. Se me ocurrió entrar a la huelga, sin pertenecer a ninguna facultad, pero Ciudad Universitaria me quedaba a cinco pasos, en un viaje a territorio zapatista conocí a algunos estudiantes, y, como después me dijo Marco, hice lo que José Revueltas, pero no por imitación, que también hubiera sido maravilloso, sino porque mi corazón todavía quería creer en algo a pesar de haber escuchado que Elena ya no creía en nada, pensaba que a esa edad sería correcto ya no creer para poder irse pero por lo visto ni aún ahora la dejan irse, todavía hace unos años “descubrieron” que era... ¡espía! Ja,ja... y todavía se atreven a decir que sufría delirio de persecución, si ni aún muerta dejan de perseguirle... Después de pertenecer a la huelga, ir a esas reuniones interminables donde la palabra “moción” era la que llevaba el ritmo, visitar a algunas compañeras-amigas en la cárcel, y descubrir una inserción pagada que firmaban varios escritores “reconocidos” por cierto, una de ellas, también periodista, quería hacer entrevistas a las huelguistas en la cárcel... qué buen trabajo señores periodistas, primero meten a la gente a la cárcel y luego la entrevistan. Después de esto, varias veces me he preguntado: ¿quiénes eran los traidores? Puesto que el sabio Solón decía que para saber si las personas habían sido felices, infelices, o qué tan afortunadas o desafortunadas habían sido, se tendría que esperar hasta que murieran. Elena Garro ha muerto. Esperaremos también a que mueran quienes le llamaron traidora para darles el lugar que les corresponde y quitarles el que les han dado. Sólo las letras, la vida y el tiempo nos dan nuestro sitio mientras vivimos pero sólo la muerte nos empareja. En fin, si fue traición decir los nombres de aquellos que no murieron, ah, curiosa similitud, a los de la huelga reciente de la UNAM los meten a la cárcel, para después poder hablar de ellos, y a los del 68 los mandaron a las tanquetas, a ser arrasados, fusilados, mutilados, y entonces poder hablar de ellos. Quizá podrían tacharme de cruel pero el alejamiento de estos hechos y lo que ha sucedido con estos escritores en particular no dejan lugar para otras conclusiones. No importa lo que en ese momento dijeran sus corazones o pensamientos el hecho es que ellos ya vivían lo que ahora viven y sin saberlo se estaban y estaban traicionando. Si el tiempo no existe entonces ellos como quien construye el segundo piso o una gran edificación necesitaban sus muertos y sus culpables para ellos exonerarse y ocupar los sitios que ahora tienen. “Vendrán otros horribles trabajadores a continuar con el trabajo que nosotros hemos dejado”. Y sí, siempre hay que continuar el trabajo hecho puesto que somos parte de un todo, no somos un ser fraccionado como tantos pretenden. Dicen que compartimos el 96% de los genes con un chimpancé. Quiero que ese cuatro por ciento no se convierta en un dedo incendiario para señalar sino en un ojo en un oído. En un cuerpo que busca. En un beso sorprendido de tocar al mundo. No creo absolutamente por nada ni por nadie que tengas que ser marginal ni azotado ni salvador del mundo para escribir. Puedes estar del lado de los funcionarios o en contra, en los apoyados o no y sin embargo tener talento y posibilidades de desentrañar el mundo. Pero aquellos que juzgan me han enseñado afortunadamente a dejar de juzgarle aún a ellos mismos. Así que mientras Elena Garro y Helena eran realmente perseguidas, ya fuera por adjudicarle el título de “traidora” a Elena o no, ella era realmente una escritora perseguida. Aún muerta lo es. Si por algunos fuera quisieran desenterrar sus huesos y limpiarse los dientes con ellos. Saben que les ganó, saben que quedaron muy abajo aunque ellos no sean aparentemente los enterrados. Así que no es mucho lo que se puede decir en relación a la persecución de la cual fue y es objeto Elena. Se explica simplemente porque en un país tan corrupto como lo es en todos los ámbitos México, es lógico que cuando nace en él un pensamiento libre y rebelde se le confina a los sótanos. Pero el talento es más poderoso que toda esta envidia y emana a pesar de los pesares de cuantos le temían odiaban o menospreciaban. Está claro que Elena no era una pera en dulce pero también está claro que ninguno o ninguna de los que en su momento la consideraron una “traidora” o ahora hasta “espía” lo son. No puedo emplear criterios estéticos al razonar sobre las obras de quienes la atacaron. Puesto que lo que ellos alegaron en contra de Elena Garro no era en ningún caso sobre su obra, era simplemente sobre un hecho ya por todos conocido pero que sin embargo me permito citar de nuevo: en el 68 Elena Garro acompañaba a Madrazo, en el 68 muchos y muchas en el mundo quisieron elevar su voz en contra de lo establecido, por supuesto México no fue la excepción, artistas, intelectuales, periodistas, estudiantes, acompañaron este movimiento, en su momento, Elena, como visionaria que era, tuvo miedo, sabía que algo incontrolable y terrible sucedería, quería detenerlo, es por todos conocido el hecho de que Elena, nuevamente como visionaria, ya rechazaba el comunismo desde ese entonces, cosa que a otros y otras les costó una vida rechazarlo, es válido en el mundo ser comunista, es válido en el mundo ser fascista, es válido en el mundo ser capitalista, de cualquier forma ninguna facción ha logrado realmente cambiar al mundo. Por cierto, así como tantas cosas se dicen, ya sea verdaderas o no sustentadas, también me permito citar lo que se dice de Octavio Paz: que él no renunció a la embajada en la India, sino que se puso “a disposición” del gobierno. Qué extraño, en esto no desean horadar ni investigar ni cuestionar. Es parte del silencio que el 68 logró crear en conciencias y corazones. Aunque algunos, algunas, a los que también callaron para siempre no se atrevan a reconocerlo. Es por eso que estas nuevas generaciones literarias tan nuevas se empeñen en escribir “bonito” en hablar de los lirios y las rosas para no disgustar a nadie, para que no te arrojen del Olimpo en el que nunca has estado. En fin, Elena Garro fue detenida y amenazada, no tuvo mayor remedio que decir lo que le punzaba en la garganta y conciencia: los nombres de los que realmente conformaban el grupo de apoyo a los estudiantes, por supuesto, los que ella conocía. Elena tenía miedo de hablar de todo esto, puesto que bastante daño le habían hecho ya, ella quería esperar a que murieran los que formaron parte de este movimiento, tanto en el gobierno como en la clandestinidad o a que ella y su hija estuvieran muertas para que saliera la información. Elena se condena doblemente: decide no apoyar al gobierno, no convertirse en espía, su amigo Madrazo sufre un “accidente” los artistas e intelectuales, manipulados por lo mismo que despreciaban, dan a sus perseguidores la razón, caen en el juego y deciden llamarla “traidora”. Inicia el periplo, la persecución, como animales condenados, y más aún en aquel tiempo, siendo mujeres, se llenan de miedo, dejan entrar al sin tiempo a sus vidas, se sientan con él y viven inmersas en ese otro lado que también existe pero que para la mayoría está vedado. Entonces empiezan a pedir dinero prestado por todos lados, dinero regalado, puesto que aún en ese otro mundo, pero con una parte-cuerpo de ellas en este, requerían de ese “poderoso caballero” aisladas, sin trabajo, y con toda la vergüenza de ver caer un prestigio tan bien cuidado y ganado, se arrojan a las calles de los realmente perseguidos, esos que no encuentran sosiego en ningún sitio esos que no se callan la boca por ganar un premio. Es cierto, Elena Garro y Helena Paz siempre fueron burguesas, tenían que pelear por mantener su nivel de vida, así fuera endeudándose o provocando lástima en algunos y algunas escritores que durante mucho tiempo las protegieron y cuidaron, a pesar de que sabían ellas nunca les iban a “agradecer” como agradece la gente normal, antes bien quizá se pelearían con ellos o dejarían de hablarles, pero como cuentan en la historia de Pablo y Virginia no siempre te pagarán aquellos a quienes ayudaste, la ayuda vendrá de otro lado, y espero así haya sido para todos aquellos quienes las quisieron. Helena Paz continúa viva, todavía algo pueden regresarles a esas dos rubias enloquecedoras y enloquecidas, a esas dos mujeres que por no callarse las confinaron a Cuernavaca, hasta el último momento sus detractores habrán pensado que cada quien tiene lo que merece, pero lo que no saben es lo que sucederá con ellos cuando mueran, y lo que ha sucedido con Elena Garro es que muchas voces se han alzado en su defensa, nuevas ediciones de sus libros, como la que el Fondo de Cultura Económica está haciendo tan atinadamente, nos saludan, y vendrán nuevos y nuevas lectoras ha comerse el mundo de las Elenas, ese extraño ser madre-hija que sólo, probablemente, quienes son madres, entenderán, pero que ellas, como todo en su vida, lo han llevado al límite y esa otra parte de Elena Garro pervive en Cuernavaca, es tan adorable como detestable, como sólo lo grande puede ser, además de ser la única hija del único premio nobel de literatura que hasta ahora ha dado México: Helena Paz, que también en sus ojos guarda la Piedra de sol con la que muchos han pretendido aplastarlas. Ingenuo alegato, ingenuo como el sol que todos los días sale o como la lluvia que no se cansa durante siglos de bañarnos, ingenua, como la lira de Orfeo, y bajo a los infiernos buscando a la Eurídice que es México, prometo no voltear y seguir caminando, para que la literatura en México salga de los sótanos pútridos a los que la han confinado. Tanya de Fonz. Tepepan, Xochimilco. 2008
Elena Garro y Helena Paz
Resuenan nuestros pasos sobre el enlosado
y percibimos,
a través del dédalo azul de piedra,
el flotar de algas y de espuma
de las fuentes.
Un bosque de columnas de agua sólida
cuya sal cintila
sostiene esta bóveda lejana a la que divisamos vagamente
entre vapores.
Las flores de mimosa llueven
sobre los largos corredores de ágata.
La escalinata negra se despliega
y baja a las cavernas
en donde se acurrucan como gatos dormidos
los perfumes.
Donde rondan los minerales
que esperan ser descubiertos hace siglos.
Y en el suelo, olvidadas,
las llaves de aquello que despertaría al hombre.
Sus sueños abolidos,
el rumor de las estrellas
de cuya forja brota la noche.
A lo lejos
sobre las lozas brilla una máscara antigua
perdida en estos parajes hace ya mucho tiempo
único signo del camino.
Helena Paz Garro

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