miércoles, 11 de febrero de 2009

Tumba de Julio Verne

Laura Lachéroy, Tanya, Marco, Tanya y Carlos Edmundo de Ory
Foto: Carlos Edmundo de Ory
Foto: Laura Lachéroy de Ory




Ignoramos el nacionalismo idólatra. Amamos todos los países. Todos somos extranjeros. Las lenguas, los tipos étnicos, nada cambia en nuestra condición humana de exiliados en el mundo: la patria está en otra parte... Allá, donde las fronteras están abolidas; allá, donde se ha establecido la civilización común; allá, donde han sido alcanzados los fines dignos de la humanidad entera. ¿Cosmopolitas? No: es demasiado lujo. ¿Universales? No: demasiado culto. ¿Humanistas? No: demasiado científico. ¿Ciudadanos del mundo? Eso deseamos. No está permitido. Somos todos extranjeros... con pasaportes falsos. Tenemos un ghetto: la tierra. Sin embargo, la tierra es nuestra. Desde los tiempos bíblicos, desde Job hasta Charlot, aquel que ha venido a vivir sobre la tierra no tiene patria, salvo la tierra misma. El Hombre es el soldado de la Humanidad y su única arma es su grito ante el universo, grito ahogado por las fanfarrías, los himnos, los cañones. Somos todos extranjeros. El Hombre es en primer lugar el indígena de la tierra; después, y al mismo tiempo, el hombre a secas, el Extranjero. Es el campesino sin tierra de la Humanidad. Somos todos extranjeros de un modo carnal. Somos todos carnales de un modo fraternal. Somos todos fraternales en una sola mirada. Mas para ello, es necesario que todos nos miremos como extranjeros.
Carlos Edmundo de Ory
Amiens, 1968

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