domingo, 26 de abril de 2009

"Háblame de Dios y el almendro floreció" (San Francisco de Asís)

Como florecen en las manos las heridas, en los ojos los bárbaros ojos del que ya no espera nada. Del que se arrancó todo por no querer ver. Del abandono, del no querer saber que formamos parte de un todo. La soberbia humana es terrible. Sólo somos una pequeñísima parte que ha pretendido arrastrarlo todo, arrasarlo todo. Somos sólo la brizna de hierba que un buen hombre carga sobre su vestimenta y que un árbol queriendo saludarle le arroja. Somos los ojos de Dios que nos mira contentos como una madre o un padre o un hermano o un amigo cuando te enseña algo. Se alborozan y brincan de contento ante tus reacciones. Esperan. Esperan que entiendas algo. Que entendamos algo. Florecen los almendros sólo para nuestro contento. El contento de los vivos. De los que esperan. Los que aún sueñan. Y sus visiones nos estremecen en su hermosura. Vemos al hombre y mujer florecer ante los comercios cerrados. Quedarse en casa. Hablarse de amor. Conmoverse ante el otro. Recordar que hay más. Que somos muchos. Que somos todo. Florecer. Florecer entre los almendros. Florecerse almendro. Florecerse alimento. Flor hermosa compartiendo la visión del sol y la lluvia. Dejando que caigan las hojas y mostrándose árbol. Iluminar el camino. Abrazándose a pesar del contagio, abrazándose debido al contagio. Tomarse las manos y llenarse de besos. Como el agua besa los árboles, como la lluvia se queda amando los jardines, convertirse en rocío. Ay, San Francisco, Hermano. Qué ojos tan luminosos, tan llenos de lluvia y contento, tan almendrados en flor. Estrecha nuestros dedos, uno a uno, hasta hacernos UNO.

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